lunes, octubre 21, 2013

Fragmento sin nombre 2


Ella era la dama más sensual de la playa. Jugaba sin parar a golpear una pelota con una paleta que iba tras un certero remate de un lado, y recibido por la misma paleta de la mismísima dama, hacia el otro lado. Ella tenía ese poder, de estar a un lado y hacia el otro de la pelota, y de romper su furia contra su voluntad una y mil veces. El juego ya no tenía final. “Hola bella dama, quizá me recuerdes. Mi nombre es el mar y mi apellido las olas, y mi deseo es nadar con usted hasta dejar lejos de nuestra vista a las rocas que nos frenan”. “Quiero nadar y no quiero que me detengan, y no lo haré solo”.

Me miró y no dijo nada. Su expresión se mantuvo magnánima, a la altura de su belleza. Volvió a pegar la pelota.

Me senté en la arena. Era tan blanda como nunca antes la había pensado. Me va a tragar algún día, algún hermoso día… soleado. No. No imaginemos que me tragaría en noche de luna llena… o en la soledad, o en medio de una tormenta de arena formada sobre mí como eje. Simplemente estaba sentado en la arena y en un día soleado, y rodeado por muchas personas, y escuchándose risas de niños; así, de un segundo a otro, me tragó. A nadie le importó, está de más que lo diga.

La soledad ha dejado de ser exquisita y últimamente sonríe por doquier y por cualquier lado donde se asomen presencias vacías, ahí está ella, como un pantano, como una dama, como el sol y la luna y las personas y como ese ínfimo instante de tiempo del cual quiero siempre, pero siempre escapar. Ahí viene a saludarme, díganle que no estoy.

Me senté en la arena y antes de cerrar los ojos estaba siendo llevado por las olas de este furioso océano. Que me lleve, cualquier lugar es mejor que en el fondo de la arena. Dejé de pensar, y cuando dejas de pensar, miles de fantasmas invaden tu mundo. El océano se enfurece más y aparecen rocas con las cuales estrellarte. ¡Para ya! Estréllame contra una de esas rocas, a ver si de este modo me dejan de mover, me dejan pensar. Pero no quiero pensar, y quiero que las olas me lleven. Y también quiero pensar y quiero rocas que me frenen.

Las palabras de mi mundo son rencorosas y pelean continuamente entre sí, es por eso que no les confío veredicto alguno hasta que alguna muera y pase a ser otra cosa. Y la que pasó a ser otra cosa no esperó a parpadear para convertirse en lo más grande nuevamente. Entonces tenía un mundo, ahora me quedan dos. Deseo las olas, y también deseo las rocas y cuando no deseo las olas tampoco las rocas. Sé que de un modo u otro moriré despedazado. Ya no me preocupa esta realidad. Tan sólo quiero no estar conmigo, tan sólo quiero estar conmigo. Tan sólo quiero estar con ella, donde no hay nada cierto, donde la furia y la voluntad batallan incansablemente sobre la arena estéril. Eres la duda y eres verdad. Quieres ser pero justo antes de ser prefieres también no serlo. Y lo que llega a ser, lo es porque juegas. Metacontradicción. Déjame jugar una partida, soledad del mundo.

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